POEMA: REENCARNACIONES de Jenny Londoño (Ecuador)
Hubiera deseado hablar de problemáticas menos
comprometidas con una realidad que nos supera, que pone a prueba nuestra
capacidad de asombro. Pero quienes gozamos y sufrimos a raíz del acceso a la
lectura, tenemos un deber, una responsabilidad. Olvidarnos un poco de la tele y
esa intención abierta de hacernos su lavado de cerebro y hablar de lo que
duele, aunque nos duela, en la celebración de la palabra.
Hablar de la violencia como modo de vida es
complejo, indiscreto, embarazoso. Y además, corremos serios riesgos de
habituarnos a observar en silencio y sin espanto sus cotidianidades. Pero si
aparte queremos adentrarnos en sub categorías como aquella que incluye la
violencia de género, comienzan a cernirse sobre nuestras cabezas etiquetas non
santas. Aquellas que se emplean para subestimar o repudiar ciertas cuestiones
consideradas subversivas por quienes se resisten a cambiar antiguas estructuras
patriarcales.
Porque, mal que nos pese, quizás originado en
nuestros adeenes mitocondriales, tenemos la certeza de saber que es cierto, que
existe diferencia entre los sexos, pero ninguna en detrimento de las funciones
intelectuales que ambos géneros pueden desarrollar. Y esa misma razón, desde mi
mirada sexagenaria, educada en posturas doctrinariamente religiosas y
sociológicamente modernas rechaza la idea de unisexualidad. Pero adhiero,
fervorosamente, a una efectiva igualdad de derechos. Aunque confieso que, cada
vez con mayor frecuencia, me siento inclinada a transmitir lo poco que conozco
acerca del tema para que no continuemos siendo, las mujeres, por ignorancia o
indolencia, las peores enemigas de nuestras propias problemáticas.
Que no en vano es nuestro país, gobernado por
una mujer, sujeto de investigaciones para Amnistía Internacional. Sobre todo
cuando las autoridades, tanto judiciales como policiales, se equivocan al
caratular los crímenes. Por ejemplo, tildan ciertos casos de “crímenes
pasionales”, sin especificar si existieron mutilaciones, o si hubo agresiones
sexuales previas, o si se trató de un caso de violencia doméstica. Esto es de
gran relevancia porque la clasificación incorrecta a la hora de abrir un proceso
judicial no sólo afecta el curso de toda la investigación, sino que además no
permite construir un registro confiable, que ayude a analizar la evolución de
este tipo de situaciones. Y está claro que, mientras las violaciones y los
asesinatos se continúen catalogando como crímenes pasionales, el Estado se
desliga de la responsabilidad de comenzar a tratar el tema como un asunto de
seguridad ciudadana
Porque esto no es nuevo, la división sexual del
trabajo y el sometimiento femenino comenzó en el Período Neolítico, con los
primeros asentamientos humanos. Pero, recién a fines del siglo XX comenzaron a
contemplarse los derechos humanos de las mujeres desde el punto de vista de su
participación en la vida política, civil, económica, social y cultural. En condiciones
de igualdad, por supuesto. Y, recién entonces, la comunidad internacional se
propuso como objetivo prioritario erradicar todas las formas de discriminación
basadas en el sexo, como así también la eliminación de la violencia contra la
mujer en la vida pública y privada, apremiando a los estados a combatir la
violencia de género. Una violencia que surge como consecuencia de estas
desigualdades y que, salvo algunas excepciones, siempre proviene de parte del
hombre hacia la mujer.
Traje para compartir con ustedes un poema de
Jenny Londoño, mujer ecuatoriana. Quiero engarzarlo entre tema y tema para
darle más luz, más esperanza. Se titula Reencarnaciones. Y dice:
Vengo desde el ayer,
desde el pasado oscuro,
con las manos atadas por
el tiempo,
con la boca sellada
desde épocas remotas.
Vengo cargada de dolores
antiguos
recogidos por siglos,
arrastrando cadenas
largas e indestructibles.
Vengo de lo profundo del
pozo del olvido,
con el silencio a
cuestas,
con el miedo ancestral
que ha corroído mi alma
desde el principio de
los tiempos.
Vengo de ser esclava por
milenios.
Sometida al deseo de mi
raptor en Persia,
esclavizada en Grecia
bajo el poder romano,
convertida en vestal en
las tierras de Egipto,
ofrecida a los dioses de
ritos milenarios,
vendida en el desierto
o canjeada como una
mercancía.
VIOLENCIA DOMÉSTICA O FAMILIAR
Cuando la violencia ejercida sobre las mujeres
sucede en el ámbito privado o es ejecutada por quienes pertenecen a su entorno
íntimo, familiar, se la inscribe en el marco de violencia doméstica.
Y aquí no queda exento del pecado, por acción u
omisión, ningún país del mundo. Todos, en mayor o menor proporción de
protagonismo machista, integran sus oscuras estadísticas.
Las mujeres en mayor situación de riesgo son las
divorciadas o separadas y aquellas contenidas en la franja etárea que va desde
los 45 a los 64 años.
En España, las estadísticas de fallecimientos
por esta causa, colocaba a Andalucía a la cabeza de los registros.
Pero, luego de una campaña realizada por el
gobierno español a través del Instituto Andaluz de la Mujer y el Instituto de
la Mujer del Ministerio de Trabajo, la situación comienza a ser alentadora,
dejando al descubierto de qué manera los programas publicitarios, cuando
apuntan a una toma de conciencia comunitaria, sumados a los avances
legislativos en la materia, tales como juicios rápidos, órdenes de protección y
medidas de protección integral contra este verdadero flagelo, demuestran el
compromiso asumido por el Estado no solamente en lo que atañe a la protección
de la mujer si no contra la impunidad de estos crímenes.
Basta con observar concienzudamente la
recurrencia de ellos en la vida privada. Partiendo de la experiencia familiar
argentina, es dable comprobar las serias dificultades de los asistentes
sociales en la modificación de conductas establecidas intrafamiliarmente.
Porque, generalmente, estas se sustentan en patrones sociales relacionados con
los roles de poder en el ámbito familiar. Una situación doméstica fuertemente
relacionada con factores históricos, políticos, culturales que, en ocasiones, a
los mismos espectadores nos cuesta no repetir, dado que también solemos
incurrir en errores relacionados con la identificación de estos abusos, con las
tramas del poder, con la responsabilidad que lleva implícito nuestro propio
discurso y con las pautas de sociabilización.
Por eso es que debemos estar bien informados.
Dice Patricia Evans, en su libro, “Abuso
verbal”, que, si bien muchas de estas relaciones no llegan forzosamente a la
violencia física, hay un buen número que sí lo hace. La injuria precede al
primer incidente de violencia y, está siempre presente en una relación
agresiva. No cabe duda de esto. Ningún hombre se va a vivir con una mujer y de
inmediato comienza a golpearla; antes la desestimará, la menospreciará,
ignorará sus sentimientos y la humillará.
Comprender la dinámica de estas relaciones pueden ser los primeros pasos para disminuir una forma no reconocida de violencia doméstica. A pesar de que los hombres son más reticentes que las mujeres a revelar sus experiencias, resulta claro que la violencia verbal -al igual que la agresión física- en una relación de pareja, es un problema de género. Esta diferencia entre los géneros se ha desarrollado a lo largo de los siglos de muchas formas distintas. Una consecuencia general y obvia es que muchos más hombres que mujeres han sido animados a creer, de distintas maneras, que dominar a otro adulto en una relación es una conducta aceptable. La creencia de que ejercer ese dominio está bien es muy destructiva. La injuria y la agresión se producen dentro de ese contexto. Por el contrario, muy pocas mujeres han sido animadas por los mensajes culturales a dominar a su pareja. De cualquier modo, la idea de que la dominación es aceptable, no tiene sentido. Las personas deben hacerse cargo de sí mismas -esto significa ser responsable y desarrollar desde la niñez a la edad adulta la capacidad de gobernarse interiormente-, ser fieles a sí mismas y aprender a no depender de otras personas. Afortunadamente hay un cambio en las actitudes de hombres y mujeres, que comprenden que la violencia verbal no sólo daña a la pareja sino también a la familia y, por último, a la sociedad en su conjunto. Es evidente que nuestra cultura se está volviendo cada vez más intolerante hacia la violencia de cualquier tipo. Hace apenas una generación, el acoso y la agresión hacia las mujeres ni siquiera se reconocían como actos que pudieran ser castigados judicialmente. ¿Por qué? Precisamente porque eran ataques contra las mujeres.
Comprender la dinámica de estas relaciones pueden ser los primeros pasos para disminuir una forma no reconocida de violencia doméstica. A pesar de que los hombres son más reticentes que las mujeres a revelar sus experiencias, resulta claro que la violencia verbal -al igual que la agresión física- en una relación de pareja, es un problema de género. Esta diferencia entre los géneros se ha desarrollado a lo largo de los siglos de muchas formas distintas. Una consecuencia general y obvia es que muchos más hombres que mujeres han sido animados a creer, de distintas maneras, que dominar a otro adulto en una relación es una conducta aceptable. La creencia de que ejercer ese dominio está bien es muy destructiva. La injuria y la agresión se producen dentro de ese contexto. Por el contrario, muy pocas mujeres han sido animadas por los mensajes culturales a dominar a su pareja. De cualquier modo, la idea de que la dominación es aceptable, no tiene sentido. Las personas deben hacerse cargo de sí mismas -esto significa ser responsable y desarrollar desde la niñez a la edad adulta la capacidad de gobernarse interiormente-, ser fieles a sí mismas y aprender a no depender de otras personas. Afortunadamente hay un cambio en las actitudes de hombres y mujeres, que comprenden que la violencia verbal no sólo daña a la pareja sino también a la familia y, por último, a la sociedad en su conjunto. Es evidente que nuestra cultura se está volviendo cada vez más intolerante hacia la violencia de cualquier tipo. Hace apenas una generación, el acoso y la agresión hacia las mujeres ni siquiera se reconocían como actos que pudieran ser castigados judicialmente. ¿Por qué? Precisamente porque eran ataques contra las mujeres.
Entonces, no es tan simple asumir los costos
políticos que una sociedad patriarcal como la nuestra cargaría a la cuenta del
gobierno de turno.
Porque es historia antigua… muy antigua…
Vengo de ser apedreada por
adúltera
en las calles desiertas,
por una turba de
hipócritas,
pecadores de todas las
especies
que clamaban al cielo mi
castigo.
He sido mutilada en
muchos pueblos
para privar mi cuerpo de
placeres
y convertida en animal
de carga,
trabajadora y paridora
de la especie.
Me han violado sin
límite
en todos los rincones
del planeta,
sin que cuente mi edad
madura o tierna
o importe mi color o mi
estatura.
Debí servir ayer a los
señores,
prestarme a sus deseos,
entregarme, donarme,
destruirme
olvidarme de ser una
entre miles.
COMPLICIDADES MACHISTAS
Y, aunque ustedes no crean, a pesar de que la
violencia doméstica viola el derecho de la mujer a la integridad física, a la
libertad y hasta a su mismo derecho a la vida, los perpetradores son raramente
castigados, ya que las mismas agencias del Estado suelen ser culpables de
prácticas discriminatorias contra el género. Las mujeres que sufren este tipo
de violencia tienen pocas opciones y muchas deciden no reportar su caso a las
autoridades por temor al ostracismo y las burlas de sus comunidades, quienes
consideran, habitualmente, que las mismas víctimas son culpables de los abusos
sufridos. De igual modo, cuando deciden confrontar a los culpables, es
frecuente conseguir apenas poco más que la humillación, largos procesos
judiciales, y ninguna simpatía por parte de las autoridades o los medios de
comunicación.
Porque la violencia contra las mujeres es tan
frecuente, tan común, tan cotidiana, que casi nunca es condenada o censurada y
si bien algunos enfoques son más eficaces que otros, la clave para eliminar la
violencia de género reside en la participación de múltiples sectores o de
comunidades enteras.
Estimo conveniente detener el informe y
concentrarnos en esta temática de la complicidad de las leyes con aquellos que
ejercen la violencia dentro de la familia. Lo digo porque uno de los últimos
informes de Amnistía Internacional denuncia que aquí, en Argentina,
la inseguridad doméstica mata a una mujer cada dos días, pero no
tiene la prensa de los casos donde alguien se baja de un auto, roba y mata a
sangre fría.
Existe un proyecto de prevención de Ameco Press
titulado “La complicidad masculina ante la violencia de género. El discurso
machista como sostén de la complicidad” que puede ser consultado en Internet y
que ha sido enmarcado dentro del Programa Daphne II de la Comisión Europea,
presentando dos objetivos principales; el primero de ellos, incrementar el
número de hombres que se alejen cada vez más del modelo masculino tradicional y
sean capaces de identificar y criticar todas aquellas creencias estereotipadas
que predominan sobre las mujeres y que conducen a la violencia contra ellas.
Asimismo, un segundo objetivo ha sido el de apoyar al colectivo masculino
sensibilizado con el problema de la violencia de género para que se sienta
respaldado por el conjunto de la sociedad sin miedo a defender el principio de
igualdad.
El eje principal de este proyecto, según informa
la Concejalía de Políticas de Igualdad del Ayuntamiento de Gijón, ha sido la
elaboración de una investigación sobre el discurso masculino en torno a la
violencia hacia las mujeres y sus diferentes expresiones en la vida cotidiana
(situación, metodología y estrategia de prevención), investigación que ha
estado a cargo del sociólogo Fernando Gonzalez Hermosilla, quien afirma que
“Las raíces de la violencia de género se encuentran en las desigualdades de
poder que existen entre mujeres y hombres en esta sociedad
patriarcal, así como en determinadas formas de entender las relaciones amorosas
y la sexualidad que perpetúan la posición de subordinación de las mujeres.
Esta ideología patriarcal se difunde a través de
la imposición de normas de comportamiento diferentes según el sexo y difunde
poderosas imágenes en torno a cual es la identidad correcta, no desviada, de un
chico y una chica.
En la actualidad estos modelos de relaciones
desiguales no se difunden desde la ley, ni desde el estado, ni desde la
educación formal. Se forjan desde el mundo de la creación, en la música, la
literatura, los vídeo clips, el cine, las series, la publicidad, reforzando los
estereotipos sexistas: para las chicas el culto a la imagen, al cotilleo y al
amor romántico y para los chicos la fuerza, la competitividad y el éxito.
Es nuestra tarea ayudar a alumnas y a alumnos a
sentirse bien consigo mismos, a que acepten las diferencias sin pensar que
nadie es mejor o peor porque sea de otra manera, a apreciar la amistad, a
entender que el amor es una parte más de la vida, no la vida entera.
Hemos de educar para la no violencia, teniendo
en cuenta a las otras personas, enseñando a expresar las propias
emociones, a escuchar las ajenas y a compartirlas. Desvelar el lenguaje de la
violencia es tarea de una pedagogía basada en la igualdad, que nombre y
practique otras relaciones deseadas y posibles.
Hemos de reinventar las bases para acabar con
todo tipo de violencia y que ponga límites al otro, que defienda los espacios
personales y colectivos de libertad, de expresión y autorrealización y que
instaure relaciones justas y de diálogo entre hombres y mujeres”.
Para que nunca más se caratule como crímenes
pasionales a las muertes de una esposa, ex mujer o novia. Casi como si fueran
un desborde de pasión incontrolable. Tan incontrolables que ni siquiera se
intenta evitarlos a través de políticas de Estado.
He sido barragana de un
señor de Castilla,
esposa de un marqués
y concubina de un
comerciante griego,
prostituta en Bombay y
en Filipinas
y siempre ha sido igual
mi tratamiento.
De unos y de
otros, siempre esclava.
de unos y de
otros, dependiente.
Menor de edad en todos
los asuntos.
Invisible en la historia
más lejana,
olvidada en la historia
más reciente.
Yo no tuve la luz del
alfabeto
durante largos siglos.
Aboné con mis lágrimas
la tierra
que debí cultivar desde
mi infancia.
ANTECEDENTES LATINOAMERICANOS
Los asesinatos de mujeres registrados en la
capital de Guatemala, en Alto Hospicio-Chile, en Ciudad Juárez-México, además
de Brasil y El Salvador dejan un reguero de sangre que nadie sabe dónde
termina.
En la empobrecida localidad chilena de Alto
Hospicio, 17 jóvenes, 11 de ellas menores de 18 años, fueron secuestradas,
violadas, golpeadas y asesinadas en un lapso de 4 años.
En Guatemala, desde el año 2001, más de un
millar de cuerpos de mujeres han aparecido estrangulados, decapitados o
mutilados en hoteles o en la vía pública. Muchos llevaban un letrero donde se
leía “muerte a las perras”, recordando las formas de tortura utilizadas durante
los 36 años de guerra civil que azotó al país. Las asesinadas eran residentes
de barrios populares y áreas marginales, empleadas en quehaceres domésticos o
estudiantes, cuyas edades fluctuaban entre 13 y 36 años.
Con todo, uno de los ejemplos más emblemáticos
del femicidio son las llamadas muertas de Ciudad Juárez. Se trata de casi 400
mujeres asesinadas desde 1993 luego de haber sido secuestradas, violadas y
torturadas.
La mayoría eran jóvenes, de escasos recursos
económicos, inmigrantes en camino a Estados Unidos, estudiantes o trabajadoras
de la denominada “maquila”, la industria de ensamblaje en zonas francas. Las
presiones internacionales hicieron que el gobierno de México iniciara una
investigación a partir del 2001, pero según la información recogida hasta hoy a
la impunidad de esos asesinatos, se agregan entre 400 y 4.000 mujeres
reportadas como desaparecidas y entre 30 y 70 cadáveres aún sin poder
identificar.
He recorrido el mundo en
millares de vidas
que me han sido
entregadas una a una
y he conocido a todos
los hombres del planeta:
los grandes y pequeños,
los bravos y cobardes,
los viles, los honestos,
los buenos, los terribles.
Mas casi todos llevan la
marca de los tiempos.
Unos manejan vidas como
amos y señores,
asfixian, aprisionan,
succionan y aniquilan;
otros manejan almas,
comercian con ideas,
asustan o seducen,
manipulan y oprimen.
Unos cuentan las horas
con el filo del hambre
atravesado en medio de
la angustia.
Otros viajan desnudos
por su propio desierto
y duermen con la muerte
en la mitad del día.
Yo los conozco a todos.
Estuve cerca de unos y
de otros,
sirviendo cada día,
recogiendo migajas,
bajando la cerviz a cada
paso, cumpliendo con mi karma.
FEMICIDIO O FEMINICIDIO
Esta es una de las formas más perversas de
violencia de género. Se llama femicidio, término que proviene de la
denominación francesa femicide, homóloga de homicidio o asesinato de mujeres,
aunque femicidio es un término que presenta una significación política al
tratar de definir un verdadero genocidio contra las mujeres.
Claro está que, sea cual fuere el término
escogido, para las organizaciones de mujeres estos asesinatos responden a un
sistema familiar en el que están inmersas las sociedades de toda América
Latina. Existe un patrón del ejercicio del poder, eminentemente masculino, que
coloca en una situación de vulnerabilidad a todas aquellas mujeres que provocan
rupturas con sus matrices culturales.
Según Amnistía Internacional, en todos los
casos, las respectivas policías manifiestan una actitud indolente ante los
asesinatos, reflejando estereotipos que respaldan la violencia como cierta
forma de dominación y predominio de normas y valores, situando a la mujer en
desmedro respecto del hombre. Al parecer, esta despreocupación de parte de las
autoridades obedece a los mismos factores culturales e institucionales. Porque
la violencia de género debe interpretarse como un mecanismo de control, como un
recurso para interiorizar la idea de la inferioridad social de la mujer. De
allí que muchos de los asesinatos tengan como objetivo enviar un mensaje de
terror o intimidación mostrando ese ensañamiento aleccionador que acompaña los
asesinatos, generalmente dirigida a los órganos sexuales femeninos. Porque, es
necesario destacar que, mientras el 80 por ciento de los hombres asesinados
mueren por uno o dos balazos, en dos de cada tres casos de mujeres asesinadas
la violencia y el ensañamiento son significativamente mayores: “las violan, las
estrangulan, las acuchillan y las golpean hasta matarlas”.
Claro está que recién comenzamos a recorrer este
camino de la denuncia, ya que, en Guatemala, por ejemplo, la violencia conyugal
y el acoso sexual no están tipificados como delitos. Más aún, en el primer caso
sólo se puede llevar a los responsables ante la Justicia si las lesiones
perduran por lo menos diez días. Y en el caso de violación u otro tipo de
violencia sexual, si la víctima tiene más de 12 años y el agresor se casa con
ella, queda automáticamente eximido de toda responsabilidad. Además, el
artículo 180 determina que para que se cometa un delito sexual contra una menor
de 18 años se tiene que establecer previamente la “honestidad” de la víctima.
Como bien sabemos, toda víctima es culpable hasta que demuestre su inocencia.
Según los incipientes y todavía incompletos
registros oficiales, el mayor número de víctimas son mujeres de entre 21 y 40
años, la edad en la que ingresan y se consolidan dentro del mundo laboral o
universitario. Por eso, el femicidio en Guatemala parece querer asegurar un
control sobre el cuerpo de la mujer, que luego de casi cuatro décadas intenta
ganarse finalmente su espacio protagónico en una sociedad en la que la idea de
inferioridad femenina sigue profundamente enraizada.
Aunque los activistas por los derechos
de la mujer han pedido que el término sea tipificado en el código
penal mexicano, el femicidio o feminicidio no figura como delito. El crimen se
considera homicidio, aunque se dé por razones de género.
Muchos organismos de derechos humanos han calificado como tal los cientos de asesinatos de mujeres que tuvieron lugar en Ciudad Juárez desde 1993 hasta la fecha. Incluso en el fallo que la Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió en diciembre de 2009, por el caso conocido como "Campo Algodonero", en el que condenó al Estado de México por violaciones de derechos humanos en los casos de tres mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, se utilizó la expresión "homicidio de mujer por razones de género".
Pero, se llame como se llame, es innegable que muchas mujeres en Ciudad Juárez continúan siendo objeto de abuso sexual y violencia de género antes de encontrar la muerte. Y son estas estadísticas las que continúan manchando el historial de esta ciudad, de aproximadamente un millón y medio de habitantes, fronteriza con El Paso (Texas), a casi 19 años de comenzar a salir a la luz pública.
Muchos organismos de derechos humanos han calificado como tal los cientos de asesinatos de mujeres que tuvieron lugar en Ciudad Juárez desde 1993 hasta la fecha. Incluso en el fallo que la Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió en diciembre de 2009, por el caso conocido como "Campo Algodonero", en el que condenó al Estado de México por violaciones de derechos humanos en los casos de tres mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, se utilizó la expresión "homicidio de mujer por razones de género".
Pero, se llame como se llame, es innegable que muchas mujeres en Ciudad Juárez continúan siendo objeto de abuso sexual y violencia de género antes de encontrar la muerte. Y son estas estadísticas las que continúan manchando el historial de esta ciudad, de aproximadamente un millón y medio de habitantes, fronteriza con El Paso (Texas), a casi 19 años de comenzar a salir a la luz pública.
Es innegable también que en Ciudad Juárez
persiste un contexto social de violencia contra la mujer, un fenómeno que
el gobierno está tratando de revertir a través de programas de
prevención que no alcanzan a superar todo el proceso de “invisibilización”
social y política que insiste en impedirnos conocer la verdadera magnitud del
problema.
He recorrido todos los
caminos.
He arañado paredes y
ensayado cilicios,
tratando de cumplir con
el mandato
de ser como ellos
quieren,
mas no lo he conseguido.
Jamás se permitió que yo
escogiera
el rumbo de mi vida
y he caminado siempre en
una disyuntiva:
ser santa o prostituta.
He conocido el odio de
los inquisidores,
que a nombre de la
“santa madre Iglesia”
condenaron mi cuerpo a
su sevicia
o a las infames llamas
de la hoguera.
Me han llamado de
múltiples maneras:
bruja, loca, adivina,
pervertida,
aliada de Satán,
esclava de la carne,
seductora, ninfómana,
culpable de los males de
la tierra.
Pero seguí viviendo,
arando, cosechando,
cosiendo
construyendo, cocinando,
tejiendo
curando, protegiendo,
pariendo,
criando, amamantando,
cuidando
y sobre todo amando.
He poblado la tierra de
amos y de esclavos,
de ricos y mendigos, de
genios y de idiotas,
pero todos tuvieron el
calor de mi vientre,
mi sangre y su alimento
y se llevaron un poco de
mi vida.
Logré sobrevivir a la
conquista
brutal y despiadada de
Castilla
en las tierras de
América,
pero perdí mis dioses y
mi tierra
y mi vientre parió gente
mestiza
después que el
castellano me tomó por la fuerza.
NUESTRAS MUJERES.
Según esta humilde investigación, existen
nombres emblemáticos en Argentina que también nos incluyen entre los
femicidios. El crimen de María Soledad Morales, 17 años, en Catamarca, puede
inscribirse como parte de una zaga de asesinatos de género que incluye el caso
de Liliana Tallarico, 32 años, o las 113 puñaladas recibidas por
Carolina Aló, 17 años. En la lista entrarían, además: Natalia Di Gallo, de 16;
Elena Arreche, de 86, su hija Gladis Mac Donald, de 57, sus nietas Cecilia
Barreda, de 26 y Adriana Barreda, de 24. Y cuántas de nosotras adherimos al
crimen de Barreda, nada más festejando los chistes que se hacían al respecto. Y
no nos olvidemos de Ana María Domínguez, de 35; Natalia Mellman, de 15; Marela
Martínez, de 9; Mónica Vega, de 13; Paulina Lebbos, de 23, Flavia Aguirre y
Soledad Lungo, de 19, Nadia Palacios, de 19 años, Fabiana Gandiaga, de 36,
María Soledad Otormini, de 25 y su abuela Elisa Lobo, de 70, o los crímenes
sexuales de Mar del Plata.
Sin contar esta nueva modalidad cobarde de prenderles
fuego que se ha cobrado, desde Wanda Taddei hasta la fecha, más de 50 víctimas
fatales.
Según cifras que maneja el diario La Nación, en
la Argentina, más de 200 mujeres son asesinadas por año. La mayoría son
apuñaladas o baleadas, aunque el porcentaje de víctimas quemadas también es
alto. Sin contar las denuncias registradas en 2012, unas 43 resultaron
incineradas por sus parejas o ex parejas.
Para algunos especialistas esta suba en las
estadísticas tiene una estrecha relación con la mediatización del tema (algo
que también moviliza al círculo íntimo de la afectada) y la identificación que
se origina por parte de un segmento de hombres, con infancias difíciles y
miedos a quedarse solos o ser abandonados.
En ese panorama complejo, de control y posesión entre
la víctima y el victimario, surgen interrogantes en torno a la preferencia del
fuego sobre el resto de los elementos. ¿Adquiere algún significado especial?
¿Por qué su uso es casi una postal habitual?
Desde épocas ancestrales, el fuego se presentó
como un elemento "purificador" o una manera de expiar la culpa y de
transformar un objeto. "Algo que es quemado nunca vuelve a ser lo mismo.
Queda un marca del que prendió el fuego en el cuerpo del otro, como castigo y
como paso que tiene una persona sobre la vida de otra", ya que, en
definitiva, se trata de dejar una marca, una huella en el más débil.
Al parecer, el uso del fuego y del alcohol tiene
que ver con la concepción del cuerpo de la mujer como el cuerpo del pecado. Es
un simbolismo muy fuerte. El castigo se expresa en quemar el cuerpo como
expresión de todo: lo físico, la psiquis, el espíritu. Es una manera de ejercer
el dominio absoluto sobre la mujer como una manifestación de posesión y
apropiación".
A estos planteos se agrega, también, "un
mayor ensañamiento y la necesidad de hacerla sufrir más", según los
testimonios que recogen a diario en La Casa del Encuentro, además de asociar al
fuego como un arma correctiva desde el punto de vista masculino.
Pero es responsabilidad de quienes ejercen
políticas públicas el diseño de campañas de sensibilización y difusión
continuas sobre los indicios de la violencia de género y doméstica, así como
ofrecer tratamientos acordes y en cantidad suficientes.
Porque todos tuvieron un punto en común: fueron
producto de las desiguales relaciones de poder entre hombres y mujeres, parecen
responder a la lógica demencial del femicidio y pueden encuadrarse en la
conclusión a la que arribara el sociólogo francés Erick Bassin: “la violencia
afecta por igual a hombres y mujeres, pero es sobre el cuerpo de las mujeres
donde más a menudo las violencias sexuales traspasan las fronteras. Las mujeres
son los objetos perseguidos y también los signos privilegiados del discurso
violento”.
Y en este continente
mancillado
proseguí mi existencia,
cargada de dolores
cotidianos.
Negra y esclava en
medio de la hacienda,
me vi obligada a recibir
al amo
cuantas veces quisiera,
sin poder expresar
ninguna queja.
Después fui costurera,
campesina, sirvienta,
labradora,
madre de muchos hijos
miserables,
vendedora ambulante,
curandera,
cuidadora de niños o de
ancianos,
artesana de manos
prodigiosas,
tejedora, bordadora,
obrera,
maestra, secretaria o
enfermera.
Siempre sirviendo a
todos,
convertida en abeja o
sementera,
cumpliendo las tareas
más ingratas,
moldeada como cántaro
por las manos ajenas.
Y un día me dolí de mis
angustias,
un día me cansé de mis
trajines,
abandoné el desierto y
el océano,
bajé de la montaña,
atravesé las selvas y
confines
y convertí mi voz dulce
y tranquila
en bocina del viento
en grito universal y
enloquecido.
Y convoqué a la viuda, a
la casada,
a la mujer del
pueblo, a la soltera,
a la madre angustiada,
a la fea, a la recién
parida,
a la violada, a la
triste, a la callada,
a la hermosa, a la pobre,
a la afligida,
a la ignorante, a la
fiel, a la engañada,
a la prostituida.
LAS SANTAFESINAS
Creo que, en nuestra provincia, contamos con dos
de los casos más crueles y, al mismo tiempo, incuestionables de violencia de
género ejecutados con la complicidad del estado.
Antes de que los noticieros porteños nos
atosigaran con la mediatización de otros asesinatos por cuestión de género,
nosotros soportamos la injusta muerte de la joven Ana María Acevedo, fallecida
el jueves 17 de mayo del 2007 a la edad de 20 años, en el Hospital Iturraspe.
Madre de 3 niños, tenía cáncer en el maxilar y estaba embarazada. La violencia
institucional, la intolerancia y el fundamentalismo religioso le negaron el
pleno ejercicio de sus derechos.
Cuando ninguno conocía el nombre de la esposa
del líder de Callejeros, nosotros asistimos, inmutables, al asesinato de
Luciana Balbuena, fallecida el domingo 10 de mayo del 2009 a la edad de 18
años. La joven madre estaba viviendo en casa de su madre y hermano porque su
pareja y asesino había reducido a cenizas la vivienda que compartían. No
conforme con ello se presentó en su domicilio y delante de su pequeña hija, la
insultó, la golpeó, la apuñaló y luego la quemó viva. Cuando después de muchos
reclamos acudió la policía, el personal se negó a transportarla porque
confundió con barro, los colgajos de pieles calcinadas, negándose, por ello, a
efectuar el traslado y haciéndose responsable de maltrato y abandono de
persona.
Vinieron miles de
mujeres juntas
a escuchar mis arengas.
Se habló de los dolores
milenarios,
de las largas cadenas
que los siglos nos
cargaron a cuestas.
Y formamos con todas
nuestras quejas
un caudaloso río que
empezó a recorrer el universo
ahogando la injusticia y
el olvido.
El mundo se quedó
paralizado
¡Los hombres sin mujeres
no caminan!
Se pararon las máquinas,
los tornos,
los grandes edificios y
las fábricas,
ministerios y hoteles,
talleres y oficinas,
hospitales y tiendas,
hogares y cocinas.
Las mujeres, por fin, lo
descubrimos
¡Somos tan poderosas como
ellos
y somos muchas más sobre
la tierra!
¡Más que el silencio y
más que el sufrimiento!
¡Más que la infamia y
más que la miseria!
Que este canto resuene
en las lejanas tierras
de Indochina,
en las arenas cálidas
del África,
en Alaska o América
Latina.
Que hombre y mujer se
adueñen
de la noche y el día,
que se junten los sueños
y los goces
y se aniquile el tiempo
del hambre y la sequía.
Que se rompan los dogmas
y el amor brote nuevo.
Hombre y mujer,
sembrando la semilla,
mujer y hombre tomados
de la mano,
dos seres únicos,
distintos, pero iguales.
4 comentarios:
Gracias Norma , en nombre de todas las mujeres del mundo , BESO
Imperdible, Norma. Qué bien que alguien pueda hablar de este tema de forma tan bien argumentada. Acompañada, claro, por el poema de Jenny Londoño. Felicitaciones a ambas. Honran el género.
Excelente, Norma, en mi país estamos muy preocupados por tanta violencia contra la mujer y contra los niños. Ahora mismo están juzgando a un individuo que abusó de sus hijas, padece de parafilia, dicen los psicólogos. Publicaré uno de los poemas en Facebook, ¿te parece?
Violeta de Moreno.
No son varios poemas. Es el mismo excelente, enorme poema que le valiera a Jenny Londoño reconocimiento a nivel mundial.
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