Ernesto Sábato

Sobre héroes y tumbas (fragmento)
"Siempre llevamos una máscara, una máscara que nunca es la misma sino que cambia para cada uno de los papeles que tenemos asignados en la vida: la del profesor, la del amante, la del intelectual, la del marido engañado, la del héroe, la del hermano cariñoso. Pero, ¿qué máscara nos ponemos o qué máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie, nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca? Acaso el carácter sagrado de ese instante se deba a que el hombre está entonces frente a la Divinidad, o por lo menos ante su propia e implacable conciencia. Y tal vez nadie perdone el ser sorprendido en esa última y esencial desnudez de su rostro, la más terrible y la más esencial de las desnudeces, porque muestra el alma sin defensa."

Ernesto Sábato / Sobre héroes y tumbas (fragmento)

LA LUZ EN ALPARGATAS. Homenaje a Juan Arancio.


 Juan de Garay al fondo.
Lamentos de batracios en la tarde. Zanjas a cielo abierto. Cercos de madreselvas y campánulas. El río merodeando en las veredas toda vez que escapaba de su cauce. Y alineadas canillas de sed comunitaria.
Justo cuando los filos de un agosto preñado de cansancio enmarañaba acacias. Y el mal vino invadía los boliches donde “firuleteaban” rumores de milongas debajo de techumbres oxidadas. Y en las profundidades del silencio un silbido malevo desplegaba emboscadas.
Por los muslos dispuestos a la vida se abrió paso su llanto hacia la comadrona que aguardaba.
Otro terco apetito para la resistencia sentada ante la mesa cotidiana.
Y lo llamaron Juan. Breve. Tajante. Igual que la ternura presurosa con que los padres pobres cuidaban de sus hijos. O al menos lo intentaban.
Nombre de pueblo, pan y agua de lluvia. Propio de risas largas. De tejos y rayuelas, trompos viejos y canicas de barro. Que suena a manantial, a hogaza tibia, a rotunda esperanza.
Obtuvo libertades a cambio de una ofrenda de carencias y escamas. Y en esos infortunios aprendió el equilibrio, la estructura, la esencia natural de su paisaje.
Tuvo escuela de a ratos. Poca. Nada.
Se formó en la lealtad y el compromiso. Se nutrió en los desmanes del follaje hasta que la memoria se le tornó esmeralda. Añil en la inquietud de las glicinas. Escarlata en el cuerpo de los leños deshilachando escarchas.
Y de pie sobre mudos albardones demostró que hay futuros coordinados por índices andróginos capaces de vencer a la ignorancia.
Más acá de evangelios, de capullos de seda, de ocultas exenciones. Más allá de las máscaras.
Así, desde el sosiego, la verdad impiadosa de sus tintas derrotó las miradas. Y anduvo su existencia multiplicando dones, atravesando dédalos de sombra, escollos, desamores, palabras maniatadas.
Porque en los laberintos interiores, mientras la luz hería sus sentidos, una chispa de amor encendió el fuego en matrices tiznadas.
Entonces derivaron fragmentos desprolijos de río sin amarras. Recortes de candores en harapos. Una tregua de harina de maíz bullendo en la fogata. Y a la hora de la siesta el andar vagabundo de solapas extraviando pisadas.
A la sazón los rostros solitarios por profundas veredas de nostalgia. Preparaban hechizos de pan y yerba amarga. En tanto escondían sueños abajo de fisuras que rasgaban la lona en su alpargata.
Y cual un oficiante que conoce y acata las alianzas. Brindaba el testimonio imaginero de espacios y distancias.
Un mundo tan mediato a nuestro mundo que todavía hiere las mejillas como una bofetada.
Juan tendía su mano y trastornaba todo. Su actitud era cálida, servicial, respetuosa, fraterna, necesaria.
Y el mensaje tan claro que nunca resultaba imprescindible su traducción gramática.
Yo lo he visto pintando, noche y día.
Atrapado en las redes misteriosas de una agreste añoranza. Con su oscura paleta de oleajes cenagosos y riberas porfiadas.
Esa fue su misión. Su voluntad. Su lucha.
No quiso reemplazarla.
Eligió ser así cada mañana.
Un adversario arisco, combatiente. Detrás de ese semblante bondadoso. Y risa campechana.
La afable mansedumbre con que aceptó maderos que le fueron legados apenas estallada la primicia del alba.
En el principio mismo de los tiempos. Entre esputos de lava.
Asumió humildemente su pertenencia a un ciclo de penurias, prejuicios y migajas.
De pieles agrietadas por ventiscas de infamias.
De convulsos espasmos repetidos bajo urdimbres de lana.
Afrontó sin vergüenza ese destierro de salvaje alborada.
De infusiones nutrientes cocidas en fogones de hojalata.
Y calcinaba arenas o mecía viajeros camalotes la insolente paciencia de las ascuas
Era un amigo honesto que mordía los huesos de la pena si las complicidades ceñían sus mordazas.
Un espíritu puro, generoso, sencillo, vulnerable. Una persona diáfana.
Vivía en una casa sin puertas ni cerrojos ni atalayas.  Impugnaba el idioma de las zarzas.
Y no negó a ninguno el trazo inconfundible de su magia.