Ernesto Sábato

Sobre héroes y tumbas (fragmento)
"Siempre llevamos una máscara, una máscara que nunca es la misma sino que cambia para cada uno de los papeles que tenemos asignados en la vida: la del profesor, la del amante, la del intelectual, la del marido engañado, la del héroe, la del hermano cariñoso. Pero, ¿qué máscara nos ponemos o qué máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie, nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca? Acaso el carácter sagrado de ese instante se deba a que el hombre está entonces frente a la Divinidad, o por lo menos ante su propia e implacable conciencia. Y tal vez nadie perdone el ser sorprendido en esa última y esencial desnudez de su rostro, la más terrible y la más esencial de las desnudeces, porque muestra el alma sin defensa."

Ernesto Sábato / Sobre héroes y tumbas (fragmento)

LA RIQUEZA INTERIOR.


Existen personas excepcionalmente privilegiadas, que llegan a la vida signadas por la providencia. Y por ello deben dar gracias. Yo soy una de ellas.

Nací en la Maternidad de un Hospital Público, de madre soltera, en el seno de una familia de escasos recursos. En mi adolescencia alquilábamos una vivienda con techo de paja, con paredes de adobe, madera y lata, con goteras y patio de tierra. Nos vestíamos con ropas heredadas y asistíamos becadas a colegios privados.
A cambio de todo eso, me fue concedido el privilegio de la lectura.
En aquellos tiempos de mi infancia, no se obsequiaban libros en las canchas de fútbol, había que ganarlos compitiendo en certámenes intra y extra-escolares de lectura, ortografía o redacción. Así aprendíamos acerca del auténtico valor del idioma y de esos volúmenes escritos por grandes maestros de la literatura universal que ya comenzaban a integrar nuestro propio legado cultural, nuestra textoteca personal.
Un título repetido en esas incipientes bibliotecas era Corazón, de Edmundo D´Amicis. Indudablemente seleccionado por los organizadores con la finalidad de fortalecer el desarrollo de virtudes morales similares a las que, por aquel entonces, transmitía la familia. Y los libros amarillos con tapa dura de la clásica colección Robin Hood acercándonos a Mark Twain, Harold Foster, Louise May Alcott, Fenimore Cooper, Julio Verne, Ridder Haggard, Jack London, Lucio Mansilla, Charles Dickens, Lewis Carroll, Stevenson y Salgari
Martina, mi bisabuela, solía sentarse en los atardeceres bajo la protección lilazul de las glicinas y, mientras dejaba secar su larga cabellera entrecana, me pedía que le leyera las páginas del diario, algunos poemas o antiguas cartas familiares que atesoraba en una ajada caja de zapatos. Así me fue revelado, sin lema publicitario alguno, que la prohibición del alfabeto tiene un significado altamente esclavizante y que, a través de la lectura comenzamos a conquistar la libertad más genuina, la libertad del pensamiento.
Ninguno de mis padres o maestros se detuvo a hacerme objeto de interminables e insistentes retóricas destacando los beneficios que aporta la lectura a la ilustración esclarecida de los pueblos. Alcanzaba con mirar a mi madre en la cocina leyendo a los Dumas, las hermanas Bronté, Flaubert, Conan Doyle, Poe, Víctor Hugo, Oscar Wilde o Julio Verne antes de comenzar su jornada de rutinas cotidianas. Bastaba con observar a mi padre compartiendo con nosotras poemas de Pedro B. Palacios, Belisario Roldán, Federico García Lorca, Homero, José Hernández, mientras aguardaba a que la cena estuviera servida. Así entendí que la lectura no solamente instruye sino que ayuda a crear hábitos de reflexión, favorece el siempre necesario esparcimiento y contribuye a la felicidad.
Así, con la lectura como único salvoconducto, burlamos estadísticas que reservaban el conocimiento para determinadas jerarquías sociales. Así cruzamos páginas memorables, frecuentamos las costumbres, el pensamiento, la historia y la geografía de regiones que quizá ya nunca visitaremos, pero cuyo recuerdo se mantiene tan real dentro del alma que, en ocasiones, hasta dudamos del verdadero alcance de nuestra memoria.



VIOLENCIA DE GÉNERO. CONVERSATORIO 15/07/2012. Club Macabi

POEMA: REENCARNACIONES de Jenny Londoño (Ecuador)

Hubiera deseado hablar de problemáticas menos comprometidas con una realidad que nos supera, que pone a prueba nuestra capacidad de asombro. Pero quienes gozamos y sufrimos a raíz del acceso a la lectura, tenemos un deber, una responsabilidad. Olvidarnos un poco de la tele y esa intención abierta de hacernos su lavado de cerebro y hablar de lo que duele, aunque nos duela, en la celebración de la palabra.
Hablar de la violencia como modo de vida es complejo, indiscreto, embarazoso. Y además, corremos serios riesgos de habituarnos a observar en silencio y sin espanto sus cotidianidades. Pero si aparte queremos adentrarnos en sub categorías como aquella que incluye la violencia de género, comienzan a cernirse sobre nuestras cabezas etiquetas non santas. Aquellas que se emplean para subestimar o repudiar ciertas cuestiones consideradas subversivas por quienes se resisten a cambiar antiguas estructuras patriarcales.
Porque, mal que nos pese, quizás originado en nuestros adeenes mitocondriales, tenemos la certeza de saber que es cierto, que existe diferencia entre los sexos, pero ninguna en detrimento de las funciones intelectuales que ambos géneros pueden desarrollar. Y esa misma razón, desde mi mirada sexagenaria, educada en posturas doctrinariamente religiosas y sociológicamente modernas rechaza la idea de unisexualidad. Pero adhiero, fervorosamente, a una efectiva igualdad de derechos. Aunque confieso que, cada vez con mayor frecuencia, me siento inclinada a transmitir lo poco que conozco acerca del tema para que no continuemos siendo, las mujeres, por ignorancia o indolencia, las peores enemigas de nuestras propias problemáticas.
Que no en vano es nuestro país, gobernado por una mujer, sujeto de investigaciones para Amnistía Internacional. Sobre todo cuando las autoridades, tanto judiciales como policiales, se equivocan al caratular los crímenes. Por ejemplo, tildan ciertos casos de “crímenes pasionales”, sin especificar si existieron mutilaciones, o si hubo agresiones sexuales previas, o si se trató de un caso de violencia doméstica. Esto es de gran relevancia porque la clasificación incorrecta a la hora de abrir un proceso judicial no sólo afecta el curso de toda la investigación, sino que además no permite construir un registro confiable, que ayude a analizar la evolución de este tipo de situaciones. Y está claro que, mientras las violaciones y los asesinatos se continúen catalogando como crímenes pasionales, el Estado se desliga de la responsabilidad de comenzar a tratar el tema como un asunto de seguridad ciudadana
Porque esto no es nuevo, la división sexual del trabajo y el sometimiento femenino comenzó en el Período Neolítico, con los primeros asentamientos humanos. Pero, recién a fines del siglo XX comenzaron a contemplarse los derechos humanos de las mujeres desde el punto de vista de su participación en la vida política, civil, económica, social y cultural. En condiciones de igualdad, por supuesto. Y, recién entonces, la comunidad internacional se propuso como objetivo prioritario erradicar todas las formas de discriminación basadas en el sexo, como así también la eliminación de la violencia contra la mujer en la vida pública y privada, apremiando a los estados a combatir la violencia de género. Una violencia que surge como consecuencia de estas desigualdades y que, salvo algunas excepciones, siempre proviene de parte del hombre hacia la mujer.
Traje para compartir con ustedes un poema de Jenny Londoño, mujer ecuatoriana. Quiero engarzarlo entre tema y tema para darle más luz, más esperanza. Se titula Reencarnaciones. Y dice:

Vengo desde el ayer, desde el pasado oscuro,
con las manos atadas por el tiempo,
con la boca sellada desde épocas remotas.
Vengo cargada de dolores antiguos
recogidos por siglos,
arrastrando cadenas largas e indestructibles.
Vengo de lo profundo del pozo del olvido,
con el silencio a cuestas,
con el miedo ancestral que ha corroído mi alma
desde el principio de los tiempos.
Vengo de ser esclava por milenios.
Sometida al deseo de mi raptor en Persia,
esclavizada en Grecia bajo el poder romano,
convertida en vestal en las tierras de Egipto,
ofrecida a los dioses de ritos milenarios,
vendida en el desierto
o canjeada como una mercancía.

VIOLENCIA DOMÉSTICA O FAMILIAR

Cuando la violencia ejercida sobre las mujeres sucede en el ámbito privado o es ejecutada por quienes pertenecen a su entorno íntimo, familiar, se la inscribe en el marco de violencia doméstica.
Y aquí no queda exento del pecado, por acción u omisión, ningún país del mundo. Todos, en mayor o menor proporción de protagonismo machista, integran sus oscuras estadísticas.
Las mujeres en mayor situación de riesgo son las divorciadas o separadas y aquellas contenidas en la franja etárea que va desde los 45 a los 64 años.
En España, las estadísticas de fallecimientos por esta causa, colocaba a Andalucía a la cabeza de los registros.
Pero, luego de una campaña realizada por el gobierno español a través del Instituto Andaluz de la Mujer y el Instituto de la Mujer del Ministerio de Trabajo, la situación comienza a ser alentadora, dejando al descubierto de qué manera los programas publicitarios, cuando apuntan a una toma de conciencia comunitaria, sumados a los avances legislativos en la materia, tales como juicios rápidos, órdenes de protección y medidas de protección integral contra este verdadero flagelo, demuestran el compromiso asumido por el Estado no solamente en lo que atañe a la protección de la mujer si no contra la impunidad de estos crímenes.
Basta con observar concienzudamente la recurrencia de ellos en la vida privada. Partiendo de la experiencia familiar argentina, es dable comprobar las serias dificultades de los asistentes sociales en la modificación de conductas establecidas intrafamiliarmente. Porque, generalmente, estas se sustentan en patrones sociales relacionados con los roles de poder en el ámbito familiar. Una situación doméstica fuertemente relacionada con factores históricos, políticos, culturales que, en ocasiones, a los mismos espectadores nos cuesta no repetir, dado que también solemos incurrir en errores relacionados con la identificación de estos abusos, con las tramas del poder, con la responsabilidad que lleva implícito nuestro propio discurso y con las pautas de sociabilización.
Por eso es que debemos estar bien informados.
Dice Patricia Evans, en su libro, “Abuso verbal”, que, si bien muchas de estas relaciones no llegan forzosamente a la violencia física, hay un buen número que sí lo hace. La injuria precede al primer incidente de violencia y, está siempre presente en una relación agresiva. No cabe duda de esto. Ningún hombre se va a vivir con una mujer y de inmediato comienza a golpearla; antes la desestimará, la menospreciará, ignorará sus sentimientos y la humillará.
Comprender la dinámica de estas relaciones pueden ser los primeros pasos para disminuir una forma no reconocida de violencia doméstica. A pesar de que los hombres son más reticentes que las mujeres a revelar sus experiencias, resulta claro que la violencia verbal -al igual que la agresión física- en una relación de pareja, es un problema de género. Esta diferencia entre los géneros se ha desarrollado a lo largo de los siglos de muchas formas distintas. Una consecuencia general y obvia es que muchos más hombres que mujeres han sido animados a creer, de distintas maneras, que dominar a otro adulto en una relación es una conducta aceptable. La creencia de que ejercer ese dominio está bien es muy destructiva. La injuria y la agresión se producen dentro de ese contexto. Por el contrario, muy pocas mujeres han sido animadas por los mensajes culturales a dominar a su pareja. De cualquier modo, la idea de que la dominación es aceptable, no tiene sentido. Las personas deben hacerse cargo de sí mismas -esto significa ser responsable y desarrollar desde la niñez a la edad adulta la capacidad de gobernarse interiormente-, ser fieles a sí mismas y aprender a no depender de otras personas. Afortunadamente hay un cambio en las actitudes de hombres y mujeres, que comprenden que la violencia verbal no sólo daña a la pareja sino también a la familia y, por último, a la sociedad en su conjunto. Es evidente que nuestra cultura se está volviendo cada vez más intolerante hacia la violencia de cualquier tipo. Hace apenas una generación, el acoso y la agresión hacia las mujeres ni siquiera se reconocían como actos que pudieran ser castigados judicialmente. ¿Por qué? Precisamente porque eran ataques contra las mujeres.
Entonces, no es tan simple asumir los costos políticos que una sociedad patriarcal como la nuestra cargaría a la cuenta del gobierno de turno.
Porque es historia antigua… muy antigua…

Vengo de ser apedreada por adúltera
en las calles desiertas,
por una turba de hipócritas,
pecadores de todas las especies
que clamaban al cielo mi castigo.
He sido mutilada en muchos pueblos
para privar mi cuerpo de placeres
y convertida en animal de carga,
trabajadora y paridora de la especie.
Me han violado sin límite
en todos los rincones del planeta,
sin que cuente mi edad madura o tierna
o importe mi color o mi estatura.
Debí servir ayer a los señores,
prestarme a sus deseos,
entregarme, donarme, destruirme
olvidarme de ser una entre miles.

COMPLICIDADES MACHISTAS

Y, aunque ustedes no crean, a pesar de que la violencia doméstica viola el derecho de la mujer a la integridad física, a la libertad y hasta a su mismo derecho a la vida, los perpetradores son raramente castigados, ya que las mismas agencias del Estado suelen ser culpables de prácticas discriminatorias contra el género. Las mujeres que sufren este tipo de violencia tienen pocas opciones y muchas deciden no reportar su caso a las autoridades por temor al ostracismo y las burlas de sus comunidades, quienes consideran, habitualmente, que las mismas víctimas son culpables de los abusos sufridos. De igual modo, cuando deciden confrontar a los culpables, es frecuente conseguir apenas poco más que la humillación, largos procesos judiciales, y ninguna simpatía por parte de las autoridades o los medios de comunicación.
Porque la violencia contra las mujeres es tan frecuente, tan común, tan cotidiana, que casi nunca es condenada o censurada y si bien algunos enfoques son más eficaces que otros, la clave para eliminar la violencia de género reside en la participación de múltiples sectores o de comunidades enteras.
Estimo conveniente detener el informe y concentrarnos en esta temática de la complicidad de las leyes con aquellos que ejercen la violencia dentro de la familia. Lo digo porque uno de los últimos informes de Amnistía Internacional denuncia que aquí, en Argentina, la inseguridad doméstica mata a una mujer cada dos días, pero no tiene la prensa de los casos donde alguien se baja de un auto, roba y mata a sangre fría.
Existe un proyecto de prevención de Ameco Press titulado “La complicidad masculina ante la violencia de género. El discurso machista como sostén de la complicidad” que puede ser consultado en Internet y que ha sido enmarcado dentro del Programa Daphne II de la Comisión Europea, presentando dos objetivos principales; el primero de ellos, incrementar el número de hombres que se alejen cada vez más del modelo masculino tradicional y sean capaces de identificar y criticar todas aquellas creencias estereotipadas que predominan sobre las mujeres y que conducen a la violencia contra ellas. Asimismo, un segundo objetivo ha sido el de apoyar al colectivo masculino sensibilizado con el problema de la violencia de género para que se sienta respaldado por el conjunto de la sociedad sin miedo a defender el principio de igualdad.
El eje principal de este proyecto, según informa la Concejalía de Políticas de Igualdad del Ayuntamiento de Gijón, ha sido la elaboración de una investigación sobre el discurso masculino en torno a la violencia hacia las mujeres y sus diferentes expresiones en la vida cotidiana (situación, metodología y estrategia de prevención), investigación que ha estado a cargo del sociólogo Fernando Gonzalez Hermosilla, quien afirma que “Las raíces de la violencia de género se encuentran en las desigualdades de poder que existen  entre mujeres y hombres en esta sociedad patriarcal, así como en determinadas formas de entender las relaciones amorosas y la sexualidad que perpetúan la posición de subordinación de las mujeres.
Esta ideología patriarcal se difunde a través de la imposición de normas de comportamiento diferentes según el sexo y difunde poderosas imágenes en torno a cual es la identidad correcta, no desviada, de un chico y una chica.
En la actualidad estos modelos de relaciones desiguales no se difunden desde la ley, ni desde el estado, ni desde la educación formal. Se forjan desde el mundo de la creación, en la música, la literatura, los vídeo clips, el cine, las series, la publicidad, reforzando los estereotipos sexistas: para las chicas el culto a la imagen, al cotilleo y al amor romántico y para los chicos la fuerza, la competitividad y el éxito.
Es nuestra tarea ayudar a alumnas y a alumnos a sentirse bien consigo mismos, a que acepten las diferencias sin pensar que nadie es mejor o peor porque sea de otra manera, a apreciar la amistad, a entender que el amor es una parte más de la vida, no la vida entera.
Hemos de educar para la no violencia, teniendo en cuenta a las otras personas,  enseñando a expresar las propias emociones, a escuchar las ajenas y a compartirlas. Desvelar el lenguaje de la violencia es tarea de una pedagogía basada en la igualdad, que nombre y practique otras relaciones deseadas y posibles.
Hemos de reinventar las bases para acabar con todo tipo de violencia y que ponga límites al otro, que defienda los espacios personales y colectivos de libertad, de expresión y autorrealización y que instaure relaciones justas y de diálogo entre hombres y mujeres”.
Para que nunca más se caratule como crímenes pasionales a las muertes de una esposa, ex mujer o novia. Casi como si fueran un desborde de pasión incontrolable. Tan incontrolables que ni siquiera se intenta evitarlos a través de políticas de Estado. 

He sido barragana de un señor de Castilla,
esposa de un marqués
y concubina de un comerciante griego,
prostituta en Bombay y en Filipinas
y siempre ha sido igual mi tratamiento.
De unos y de otros,  siempre esclava.
de unos y de otros,  dependiente.
Menor de edad en todos los asuntos.
Invisible en la historia más lejana,
olvidada en la historia más reciente.
Yo no tuve la luz del alfabeto
durante largos siglos.
Aboné con mis lágrimas la tierra
que debí cultivar desde mi infancia.

ANTECEDENTES LATINOAMERICANOS

Los asesinatos de mujeres registrados en la capital de Guatemala, en Alto Hospicio-Chile, en Ciudad Juárez-México, además de Brasil y El Salvador dejan un reguero de sangre que nadie sabe dónde termina.
En la empobrecida localidad chilena de Alto Hospicio, 17 jóvenes, 11 de ellas menores de 18 años, fueron secuestradas, violadas, golpeadas y asesinadas en un lapso de 4 años.
En Guatemala, desde el año 2001, más de un millar de cuerpos de mujeres han aparecido estrangulados, decapitados o mutilados en hoteles o en la vía pública. Muchos llevaban un letrero donde se leía “muerte a las perras”, recordando las formas de tortura utilizadas durante los 36 años de guerra civil que azotó al país. Las asesinadas eran residentes de barrios populares y áreas marginales, empleadas en quehaceres domésticos o estudiantes, cuyas edades fluctuaban entre 13 y 36 años.
Con todo, uno de los ejemplos más emblemáticos del femicidio son las llamadas muertas de Ciudad Juárez. Se trata de casi 400 mujeres asesinadas desde 1993 luego de haber sido secuestradas, violadas y torturadas.
La mayoría eran jóvenes, de escasos recursos económicos, inmigrantes en camino a Estados Unidos, estudiantes o trabajadoras de la denominada “maquila”, la industria de ensamblaje en zonas francas. Las presiones internacionales hicieron que el gobierno de México iniciara una investigación a partir del 2001, pero según la información recogida hasta hoy a la impunidad de esos asesinatos, se agregan entre 400 y 4.000 mujeres reportadas como desaparecidas y entre 30 y 70 cadáveres aún sin poder identificar.

He recorrido el mundo en millares de vidas
que me han sido entregadas una a una
y he conocido a todos los hombres del planeta:
los grandes y pequeños, los bravos y cobardes,
los viles, los honestos, los buenos, los terribles.
Mas casi todos llevan la marca de los tiempos.
Unos manejan vidas como amos y señores,
asfixian, aprisionan, succionan y aniquilan;
otros manejan almas, comercian con ideas,
asustan o seducen, manipulan y oprimen.
Unos cuentan las horas con el filo del hambre
atravesado en medio de la angustia.
Otros viajan desnudos por su propio desierto
y duermen con la muerte en la mitad del día.
Yo los conozco a todos.
Estuve cerca de unos y de otros,
sirviendo cada día, recogiendo migajas,
bajando la cerviz a cada paso, cumpliendo con mi karma.

FEMICIDIO O FEMINICIDIO

Esta es una de las formas más perversas de violencia de género. Se llama femicidio, término que proviene de la denominación francesa femicide, homóloga de homicidio o asesinato de mujeres, aunque femicidio es un término que presenta una significación política al tratar de definir un verdadero genocidio contra las mujeres.
Claro está que, sea cual fuere el término escogido, para las organizaciones de mujeres estos asesinatos responden a un sistema familiar en el que están inmersas las sociedades de toda América Latina. Existe un patrón del ejercicio del poder, eminentemente masculino, que coloca en una situación de vulnerabilidad a todas aquellas mujeres que provocan rupturas con sus matrices culturales.
Según Amnistía Internacional, en todos los casos, las respectivas policías manifiestan una actitud indolente ante los asesinatos, reflejando estereotipos que respaldan la violencia como cierta forma de dominación y predominio de normas y valores, situando a la mujer en desmedro respecto del hombre. Al parecer, esta despreocupación de parte de las autoridades obedece a los mismos factores culturales e institucionales. Porque la violencia de género debe interpretarse como un mecanismo de control, como un recurso para interiorizar la idea de la inferioridad social de la mujer. De allí que muchos de los asesinatos tengan como objetivo enviar un mensaje de terror o intimidación mostrando ese ensañamiento aleccionador que acompaña los asesinatos, generalmente dirigida a los órganos sexuales femeninos. Porque, es necesario destacar que, mientras el 80 por ciento de los hombres asesinados mueren por uno o dos balazos, en dos de cada tres casos de mujeres asesinadas la violencia y el ensañamiento son significativamente mayores: “las violan, las estrangulan, las acuchillan y las golpean hasta matarlas”.
Claro está que recién comenzamos a recorrer este camino de la denuncia, ya que, en Guatemala, por ejemplo, la violencia conyugal y el acoso sexual no están tipificados como delitos. Más aún, en el primer caso sólo se puede llevar a los responsables ante la Justicia si las lesiones perduran por lo menos diez días. Y en el caso de violación u otro tipo de violencia sexual, si la víctima tiene más de 12 años y el agresor se casa con ella, queda automáticamente eximido de toda responsabilidad. Además, el artículo 180 determina que para que se cometa un delito sexual contra una menor de 18 años se tiene que establecer previamente la “honestidad” de la víctima. Como bien sabemos, toda víctima es culpable hasta que demuestre su inocencia.
Según los incipientes y todavía incompletos registros oficiales, el mayor número de víctimas son mujeres de entre 21 y 40 años, la edad en la que ingresan y se consolidan dentro del mundo laboral o universitario. Por eso, el femicidio en Guatemala parece querer asegurar un control sobre el cuerpo de la mujer, que luego de casi cuatro décadas intenta ganarse finalmente su espacio protagónico en una sociedad en la que la idea de inferioridad femenina sigue profundamente enraizada.
Aunque los activistas por los derechos de la mujer han pedido que el término sea tipificado en el código penal mexicano, el femicidio o feminicidio no figura como delito. El crimen se considera homicidio, aunque se dé por razones de género.
Muchos organismos de derechos humanos han calificado como tal los cientos de asesinatos de mujeres que tuvieron lugar en Ciudad Juárez desde 1993 hasta la fecha. Incluso en el fallo que la Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió en diciembre de 2009, por el caso conocido como "Campo Algodonero", en el que condenó al Estado de México por violaciones de derechos humanos en los casos de tres mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, se utilizó la expresión "homicidio de mujer por razones de género".
Pero, se llame como se llame, es innegable que muchas mujeres en Ciudad Juárez continúan siendo objeto de abuso sexual y violencia de género antes de encontrar la muerte. Y son estas estadísticas las que continúan manchando el historial de esta ciudad, de aproximadamente un millón y medio de habitantes, fronteriza con El Paso (Texas), a casi 19 años de comenzar a salir a la luz pública.
Es innegable también que en Ciudad Juárez persiste un contexto social de violencia contra la mujer, un fenómeno que el gobierno está tratando de revertir a través de programas de prevención que no alcanzan a superar todo el proceso de “invisibilización” social y política que insiste en impedirnos conocer la verdadera magnitud del problema.

He recorrido todos los caminos.
He arañado paredes y ensayado cilicios,
tratando de cumplir con el mandato
de ser como ellos quieren,
mas no lo he conseguido.
Jamás se permitió que yo escogiera
el rumbo de mi vida
y he caminado siempre en una disyuntiva:
ser santa o prostituta.
He conocido el odio de los inquisidores,
que a nombre de la “santa madre Iglesia”
condenaron mi cuerpo a su sevicia
o a las infames llamas de la hoguera.
Me han llamado de múltiples maneras:
bruja, loca, adivina, pervertida,
aliada de Satán,
esclava de la carne,
seductora, ninfómana,
culpable de los males de la tierra.
Pero seguí viviendo,
arando, cosechando, cosiendo
construyendo, cocinando, tejiendo
curando, protegiendo, pariendo,
criando, amamantando, cuidando
y sobre todo amando.
He poblado la tierra de amos y de esclavos,
de ricos y mendigos, de genios y de idiotas,
pero todos tuvieron el calor de mi vientre,
mi sangre y su alimento
y se llevaron un poco de mi vida.
Logré sobrevivir a la conquista
brutal y despiadada de Castilla
en las tierras de América,
pero perdí mis dioses y mi tierra
y mi vientre parió gente mestiza
después que el castellano me tomó por la fuerza.

NUESTRAS MUJERES.

Según esta humilde investigación, existen nombres emblemáticos en Argentina que también nos incluyen entre los femicidios. El crimen de María Soledad Morales, 17 años, en Catamarca, puede inscribirse como parte de una zaga de asesinatos de género que incluye el caso de Liliana Tallarico, 32 años,  o las 113 puñaladas recibidas por Carolina Aló, 17 años. En la lista entrarían, además: Natalia Di Gallo, de 16; Elena Arreche, de 86, su hija Gladis Mac Donald, de 57, sus nietas Cecilia Barreda, de 26 y Adriana Barreda, de 24. Y cuántas de nosotras adherimos al crimen de Barreda, nada más festejando los chistes que se hacían al respecto. Y no nos olvidemos de Ana María Domínguez, de 35; Natalia Mellman, de 15; Marela Martínez, de 9; Mónica Vega, de 13; Paulina Lebbos, de 23, Flavia Aguirre y Soledad Lungo, de 19, Nadia Palacios, de 19 años, Fabiana Gandiaga, de 36, María Soledad Otormini, de 25 y su abuela Elisa Lobo, de 70, o los crímenes sexuales de Mar del Plata.
Sin contar esta nueva modalidad cobarde de prenderles fuego que se ha cobrado, desde Wanda Taddei hasta la fecha, más de 50 víctimas fatales.
Según cifras que maneja el diario La Nación, en la Argentina, más de 200 mujeres son asesinadas por año. La mayoría son apuñaladas o baleadas, aunque el porcentaje de víctimas quemadas también es alto. Sin contar las denuncias registradas en 2012, unas 43 resultaron incineradas por sus parejas o ex parejas.
Para algunos especialistas esta suba en las estadísticas tiene una estrecha relación con la mediatización del tema (algo que también moviliza al círculo íntimo de la afectada) y la identificación que se origina por parte de un segmento de hombres, con infancias difíciles y miedos a quedarse solos o ser abandonados.
En ese panorama complejo, de control y posesión entre la víctima y el victimario, surgen interrogantes en torno a la preferencia del fuego sobre el resto de los elementos. ¿Adquiere algún significado especial? ¿Por qué su uso es casi una postal habitual?
Desde épocas ancestrales, el fuego se presentó como un elemento "purificador" o una manera de expiar la culpa y de transformar un objeto. "Algo que es quemado nunca vuelve a ser lo mismo. Queda un marca del que prendió el fuego en el cuerpo del otro, como castigo y como paso que tiene una persona sobre la vida de otra", ya que, en definitiva, se trata de dejar una marca, una huella en el más débil.
Al parecer, el uso del fuego y del alcohol tiene que ver con la concepción del cuerpo de la mujer como el cuerpo del pecado. Es un simbolismo muy fuerte. El castigo se expresa en quemar el cuerpo como expresión de todo: lo físico, la psiquis, el espíritu. Es una manera de ejercer el dominio absoluto sobre la mujer como una manifestación de posesión y apropiación".
A estos planteos se agrega, también, "un mayor ensañamiento y la necesidad de hacerla sufrir más", según los testimonios que recogen a diario en La Casa del Encuentro, además de asociar al fuego como un arma correctiva desde el punto de vista masculino.
Pero es responsabilidad de quienes ejercen políticas públicas el diseño de campañas de sensibilización y difusión continuas sobre los indicios de la violencia de género y doméstica, así como ofrecer tratamientos acordes y en cantidad suficientes.
Porque todos tuvieron un punto en común: fueron producto de las desiguales relaciones de poder entre hombres y mujeres, parecen responder a la lógica demencial del femicidio y pueden encuadrarse en la conclusión a la que arribara el sociólogo francés Erick Bassin: “la violencia afecta por igual a hombres y mujeres, pero es sobre el cuerpo de las mujeres donde más a menudo las violencias sexuales traspasan las fronteras. Las mujeres son los objetos perseguidos y también los signos privilegiados del discurso violento”.

Y en este continente mancillado
proseguí mi existencia,
cargada de dolores cotidianos.
Negra y esclava  en medio de la hacienda,
me vi obligada a recibir al amo
cuantas veces quisiera,
sin poder expresar ninguna queja.
Después fui costurera,
campesina, sirvienta, labradora,
madre de muchos hijos miserables,
vendedora ambulante, curandera,
cuidadora de niños o de ancianos,
artesana de manos prodigiosas,
tejedora, bordadora, obrera,
maestra, secretaria o enfermera.
Siempre sirviendo a todos,
convertida en abeja o sementera,
cumpliendo las tareas más ingratas,
moldeada como cántaro por las manos ajenas.
Y un día me dolí de mis angustias,
un día me cansé de mis trajines,
abandoné el desierto y el océano,
bajé de la montaña,
atravesé las selvas y confines
y convertí mi voz dulce y tranquila
en bocina del viento
en grito universal y enloquecido.
Y convoqué a la viuda, a la casada,
a la mujer del pueblo,  a la soltera,
a la madre angustiada,
a la fea, a la recién parida,
a la violada, a la triste, a la callada,
a la hermosa, a la pobre, a la afligida,
a la ignorante, a la fiel, a la engañada,
a la prostituida.

LAS SANTAFESINAS

Creo que, en nuestra provincia, contamos con dos de los casos más crueles y, al mismo tiempo, incuestionables de violencia de género ejecutados con la complicidad del estado.
Antes de que los noticieros porteños nos atosigaran con la mediatización de otros asesinatos por cuestión de género, nosotros soportamos la injusta muerte de la joven Ana María Acevedo, fallecida el jueves 17 de mayo del 2007 a la edad de 20 años, en el Hospital Iturraspe. Madre de 3 niños, tenía cáncer en el maxilar y estaba embarazada. La violencia institucional, la intolerancia y el fundamentalismo religioso le negaron el pleno ejercicio de sus derechos. 
Cuando ninguno conocía el nombre de la esposa del líder de Callejeros, nosotros asistimos, inmutables, al asesinato de Luciana Balbuena, fallecida el domingo 10 de mayo del 2009 a la edad de 18 años. La joven madre estaba viviendo en casa de su madre y hermano porque su pareja y asesino había reducido a cenizas la vivienda que compartían. No conforme con ello se presentó en su domicilio y delante de su pequeña hija, la insultó, la golpeó, la apuñaló y luego la quemó viva. Cuando después de muchos reclamos acudió la policía, el personal se negó a transportarla porque confundió con barro, los colgajos de pieles calcinadas, negándose, por ello, a efectuar el traslado y haciéndose responsable de maltrato y abandono de persona.

Vinieron miles de mujeres juntas
a escuchar mis arengas.
Se habló de los dolores milenarios,
de las largas cadenas
que los siglos nos cargaron a cuestas.
Y formamos con todas nuestras quejas
un caudaloso río que empezó a recorrer el universo
ahogando la injusticia y el olvido.
El mundo se quedó paralizado
¡Los hombres sin mujeres no caminan!
Se pararon las máquinas, los tornos,
los grandes edificios y las fábricas,
ministerios y hoteles, talleres y oficinas,
hospitales y tiendas, hogares y cocinas.
Las mujeres, por fin, lo descubrimos
¡Somos tan poderosas como ellos
y somos muchas más sobre la tierra!
¡Más que el silencio y más que el sufrimiento!
¡Más que la infamia y más que la miseria!
Que este canto resuene
en las lejanas tierras de Indochina,
en las arenas cálidas del África,
en Alaska o América Latina.
Que hombre y mujer se adueñen
de la noche y el día,
que se junten los sueños y los goces
y se aniquile el tiempo del hambre y la sequía.
Que se rompan los dogmas y el amor brote nuevo.
Hombre y mujer,  sembrando la semilla,
mujer y hombre tomados de la mano,
dos seres únicos, distintos, pero iguales.